Saturday, May 20, 2006




Fénix.

-Logan, despliega tus garras para mí -demandó la chica telekinética-. Reventé los nudillos para su satisfacción. Tres puntas de metal surgieron cercanas a su rostro. Las acarició melosa con la mejilla y alcanzó con los labios la sangre de mis manos.
Los pelirrojos huelen diferente, pensé. Pecas anaranjadas cruzaban con prisa brazos y pechos.
-Jean, no tienes ni idea de lo que estas haciendo.
Jean continuó hasta mi boca como una tormenta de verano. Nítida, eléctrica y hermosa.
El sabor del cosmos vino a mí de una sola vez, en su aliento, en la humedad del paladar, en la torsión de su lengua sobre la mía.
Estrellas devoradas por un ansia insospechada, mundos desposeídos de toda vida. Así me sobrevino la forma de mi muerte.
Apretó los dedos en torno a las cuchillas y condujo mis manos hasta su cintura. Ella también sangraba entre los dedos. Sangraba como los héroes de una mitología inconclusa, como la luna sobre el horizonte nocturno, grana y quebradiza.
El fuego del deseo tornó al la chica en aquel fénix altivo y ominoso, y se extendió sobre mis brazos, y ardí con ella demorado en su sexo.
-Lo único que deseo es que la muerte tenga tu rostro –Murmuró Logan como el cordero que se ofrece al dios de la montaña-.
-No soy muerte para uno, sino para todos; pero para cada uno de vosotros ofrezco una mirada diferente.