Saturday, May 20, 2006


Rojo resplandor

Yo, una chica de provincias, criada casi en el borde exterior de la galaxia; de familia noble, aunque de cultura algo primitiva, llegué al planeta Coruscant. Todo él una cuidad entera, conformada en niveles subsidiaros, era el centro burocrático y real de los mundos conocidos. Una red telemétrica sin igual, un cyborg hecho planeta. Sin árboles, sin jardines; solo asfalto, cemento armado y millones de terámetros de fibra óptica. Darth Referne me recibió en su elegante interceptor, dinámico, silencioso y oscuro; me guió por todos los lugares de interés: el caído templo jedi, la sala de consejos, el parlamento con sus cilópeos leones, y los palacetes de las dinastías del universo clausuradas por el imperio. Un mundo crisol de culturas alienígenas para mí sola.
Mientras me deleitaba con el mundo fuera de nosotros no podía evitar mirar de soslayo al hombre junto a mí. Darth Referne tenía una mirada dolida, como si soportase el peso de las constelaciones sobre sus hombros. Era recio, terco, desdeñoso; pero tierno en sus ademanes y algo tímido.
Olía a ropa limpia y piel curtida; moreno, mechones plateados de la edad. Un tipo interesante.
Quiso descender conmigo a los niveles inferiores de la ciudad imperial, donde los droides perdieron hace tiempo su identidad tras batallas legendarias de las que nadie recuerda ya el nombre de héroe alguno. Maquinaria en desuso, oxido vivo y aleación rodeaban nuestra sombría nave, tripulada por los servodroides del sith: autómatas de protocolo y un molesto astrodroide mecánico poco dado a manifestaciones efusivas y, finalmente, aquel ominoso bot médico que sin razón aparente hacía parpadear lucecillas verdes y rojas, sincronizadas por inquietantes silbidos eléctricos.
Tan anónima como los desperdicios mecánicos que nos rodeaban la nave interceptor quiso tornarse roja para mí.
Fue entonces cuando el bot médico me aplacó, me atenazó con su acero frío los pies y las manos, y me mantuvo contra la consola de mandos.
En un movimiento hidráulico expuso mi sexo ante el sith. Darth Referne liberó la hoja lumínica de su empuñadura y todo se inundó de un fulgor rojizo que rivalizó con el del esplendor quejumbroso del bajel estelar. Recordaré aquel sable de plasma en mi interior como una hoja candente al grana vivo, cauterizando cada fibra de mi alma. Redentora luz en mis entrañas, como te añoro lado oscuro de mi ser. Me hizo el amor con la amargura y la rabia de su existir, como solo puede hacerlo un ser que es ya solo pura angusta. Y así me traspasó con todo su odio, y yo quedé impregnada de él, y marcada por el surco de luz sólida que ahora es abismo en mí.
Vieja, decrépita y aislada del resto de los mundos, contemplo el amanecer binario en Taooine, encendido carmesí de tonalidades violáceas. Refugiada del imperio que fue república, ahora sé que ninguna criatura civilizada, humana o no, podría jamás volver a hacerme sentir como aquella bestia sith. Quiero un horror en el coño; ese que es tabú primitivo y a la vez amor originario, el mismo que fundió de pasión la carne de mi vagina. Quiero volver a sentir. . .



Fénix.

-Logan, despliega tus garras para mí -demandó la chica telekinética-. Reventé los nudillos para su satisfacción. Tres puntas de metal surgieron cercanas a su rostro. Las acarició melosa con la mejilla y alcanzó con los labios la sangre de mis manos.
Los pelirrojos huelen diferente, pensé. Pecas anaranjadas cruzaban con prisa brazos y pechos.
-Jean, no tienes ni idea de lo que estas haciendo.
Jean continuó hasta mi boca como una tormenta de verano. Nítida, eléctrica y hermosa.
El sabor del cosmos vino a mí de una sola vez, en su aliento, en la humedad del paladar, en la torsión de su lengua sobre la mía.
Estrellas devoradas por un ansia insospechada, mundos desposeídos de toda vida. Así me sobrevino la forma de mi muerte.
Apretó los dedos en torno a las cuchillas y condujo mis manos hasta su cintura. Ella también sangraba entre los dedos. Sangraba como los héroes de una mitología inconclusa, como la luna sobre el horizonte nocturno, grana y quebradiza.
El fuego del deseo tornó al la chica en aquel fénix altivo y ominoso, y se extendió sobre mis brazos, y ardí con ella demorado en su sexo.
-Lo único que deseo es que la muerte tenga tu rostro –Murmuró Logan como el cordero que se ofrece al dios de la montaña-.
-No soy muerte para uno, sino para todos; pero para cada uno de vosotros ofrezco una mirada diferente.

Thursday, May 18, 2006



La devastación del Cristo Brutal por Macabraca (macabraca@yahoo.es).

Wednesday, May 17, 2006





La leyenda del Cristo Brutal nació en Madrid, el lugar que eligió ésta fuerza de de la naturaleza para manifestarse ante todos nosotros en una epifanía de horror y crueldad. Sucedió hace unos años en un concierto de Brutal Death; entre gritos guturales aconteció un ser antropomórfico que excedía las dimensiones humanas con mucho aunque, paradójicamente, poseía ligeros paralelismos con el cristo atrabiliario de la tradición católica: se cubría el cuerpo con una tela de saco a modo de túnica; la barba luenga y desmañada dejaba entrever restos de animalillos parcialmente devorados; a la salvaje y fosca melena se ceñía una corona de espinas fabricada toscamente de metal oxidado. Con un grito aterrador, más allá de toda pofansis lógica, primario, elemental, donde se daban a concurrir todos los sentimientos de un dios que es la encarnación de la furia, nos anunció el mensaje del regreso al mundo natural mediante la negación de los artificios que desenvenenan nuestra relación con el mundo: eso que llamamos "cultura".
Tras esto alzó la cruz a sus espaldas y la lanzó en hercúleas volandas hacia el público que huía de su palabra. Una vez recuperada la indestructible cruz, el titánico ser comenzó un periplo en línea recta hasta el próximo concierto de Brutal Death en el mundo (que son pocos) para continuar su misión evangelizadora que durará para siempre. Durante años ha dejado un rastro de destrucción en su camino, es imparable, una fuerza incomovible que arrasa a su paso todo lo que tenga la desgracia de interponérsele. Aquí tenemos fotos de su última aparición entre nosotros en un lugar rudo, agreste y cruel como su palabra: Huetor Santillán en la provincia de Granada.